lunes, 20 de octubre de 2014

El desfile de los hábitos colgados


- Oye, supiste que la Isabel colgó el hábito.
- ¡No te puedo creer!
- Imagínate, ¡20 años de consagrada!
- ¡Qué heavy! ¿Y qué va a hacer ahora?
- No lo sé, pero bueno, para eso te llamaba, hoy en la noche nos juntamos en la casa de la Patricia y ahí ella va a dar su versión oficial.

La Isa entró al “Movimiento” cuando apenas tenía 19 años. Después de un breve paso por pedagogía en la Universidad Católica, sintió el tilín tilín de la vocación y se fue de Chile para siempre a hacer proselitismo religioso por el mundo. La veíamos bastante poco, cada tres o cuatro años, cuando “nuestro Padre” le daba permiso para volver al país. El look de nuestra amiga consagrada era mortal: cero maquillaje, pelo descuidado, ropa fea y pasada de moda ¡Y pensar que era una de las mujeres más estupendas de la generación! Una gran “captación” para los Legionarios de Cristo; una gran pérdida para la humanidad. Lo único que me producía cierto alivio al verla en ese estado de enajenación mental, era que genuinamente la Isa estaba en llamas con su vocación. Era tal la pasión y entusiasmo con la cual transmitía sus convicciones religiosas, que daba la impresión que en cualquier momento se rasgaría las vestiduras y en su cuerpo tatuado se leería: “I love Jesus”.

Después de 20 años al servicio de Dios, Isabel junto a varias otras religiosas, decidieron saltar por la borda y abandonar la congregación más vapuleado y vilipendiado de los últimos tiempos. Los cabecillas del movimiento ya no podían seguir ocultando la evidencia e inventando falsos complots demoníacos para negar la contundencia de los hechos. En pocas semanas, su otrora santo de altar, objeto de culto y adoración, se había convertido en un mega estafador, drogadicto, mafioso y degenerado. Las diabluras de nuestro Karadima local, eran de pecho al lado de los numeritos del crack mejicano.

Ese día de noviembre llegamos todas puntualísimas a la casa de la Patricia. Nadie quería perderse ni el más mínimo detalle de este hecho histórico.  Mientras dejábamos nuestras chaquetas y repartíamos pisco sour para bajar la tensión, la Francisca fue la encargada de abrir el debate:
- ¡Veinte años perdidos! ¡Qué horror! Yo me pegaría un tiro- dijo en un arranque de dramatismo.
- Imagínate quedarte sin profesión, sin marido, sin hijos por culpa de un viejo cachero y depravado- comentó la Ignacia.
- ¡Ah no!, yo a estos cuates de mierda les exigiría una indemnización millonaria, si total lo que les sobra es plata- remató la abogada.

Y mientras tanto la Isabel, que ya iba por su segundo pisco sour y oía la discusión como si habláramos del tiempo, decidió en un momento dado interrumpir la conversación: “Miren chiquillas, fui feliz durante 20 años, porque no sabía lo que realmente estaba pasando, pero cuando se destapó toda esta mierda, y caché la secta en la que estaba metida, ahí mandé todo a la punta del cerro y me di chipe libre”, dijo olímpicamente mientras se acomodaba en el sofá. “Ahora, para ser honesta, lo único que me preocupa es quién me va a ayudar a encontrar marido”. “Qué…..!!!!!!???” En fin, después de una declaración así, lo único que nos quedó por hacer fue reírnos, tratar de salir del impacto y buscar posibles candidatos. “No, ése es demasiado trancado; no, ese es demasiado pastel; no, ese acaba de salir del clóset”.

Volví a la casa pasada la medianoche y todavía seguía pensando a quién podríamos presentarle a la Isabel. Apagué la luz de la salita de estar y caché que la luz de mi pieza seguía prendida. “Este huevito quiere sal”, pensé. No era normal que Julio se quedara esperándome despierto hasta altas horas de la noche.
-       Hola mi amor, ¡te mueres el notición que nos dieron hoy!- le dije mientras empezaba a agarrar vuelo para contarle la historia. -Resulta que la Isabel colgó el hábito y no sólo eso, ¡sino que además quiere estudiar, carretear, casarse y tener hijos!
-       Bueno, yo también tengo algo que contarte.
-       ¿Que pasó?
-       La tía Eugenia está muy mal. Me llamó Marcos para contarme que había tenido un derrame cerebral y que la habían encontrado botada en su departamento.
-       Uyyyy….

Eugenia, al igual que Isabel, entró al convento a los 19 años. Se hizo monja de Los Sagrado Corazones, pero a diferencia de nuestra amiga, Eugenia no era muy agraciada. Era alta, enorme, tenía un tremendo vozarrón y un gran corazón. Durante cuarenta largos años fue monja de esta congregación, hasta que un día decidió retirarse porque la orden a la cual ella había ingresado se había desperfilado por razones políticas, o por lo menos esa fue la versión que me tocó a mí.

Deslenguada, honesta y graciosamente desencantada con la vida, siempre me pareció genial la relación que tenía con Francisco su hermano cura. No hubo matrimonio, bautizo o funeral que no terminaran peleando por culpa de lo largas y aburridas que eran sus ceremonias religiosas. “¡Es un boludo!”, se escuchaba decir a Eugenia desde la galucha de la iglesia. “¡Lo hace para llamar la atención! ¿Cómo no va a saber en qué página del librito está lo que tiene que leer?”, protestaba la ex monja.

Casi un año después de su accidente cerebral, Eugenia murió en su casa tranquila y al parecer sin mucho dolor. Su último deseo fue que la enterraran en Pergamino, a unos 250 kilómetros de Buenos Aires, donde su familia tuvo alguna vez un campo que ella disfrutó mucho durante su infancia. Al entierro llegaron todos: sus hermanos, varios sobrinos y los anexos a la familia. Como era de esperar, el hermano cura llegó tarde para presidir la ceremonia y sin el misal que correspondía para la ocasión. Mientras uno de los parientes buscaba desesperadamente “ritual de exequias para entierro católico” en Internet, yo aproveché para echarle un último vistazo al whatsapp. Habían llegado varias fotos, y al abrirlas me encontré con selfies de la Isabel radiante en su luna de miel. Me saltaron las lágrimas. Se veía feliz al lado de su nuevo marido. “Qué insólita es la vida”, pensé. Al levantar la vista vi al tío cura, tratando a duras penas de leer una lectura en la pantalla del celular. “¡Apuráte boludo!”, le habría dicho la ex monja a su hermano cura. “Por tu culpa voy a llegar tarde a mi propio funeral”. 

Ilustración: Carolina Undurraga

Caroundurraga.blogspot.com

1 comentario:

Cata dijo...

Minata, esto está demasiado entretenido!!!!, porfavor sigue escribiendo!!!!,