sábado, 30 de agosto de 2014

Virgen de bisturí


Hay que reconocerme un mérito: para los tiempos que corren, llegar a los cuarenta virgen de bisturí, es toda una proeza. ¡Ni botox me he puesto en la cara! En todo caso, no tengo nada en contra de la cirugía estética. Soy full partidaria que uno debe hacer todo lo posible por verse bien y sentirse a gusto con uno mismo. 

Ahora, la razón por la cual nunca me he operado, no es porque me considere perfecta, o no tenga nada que mejorar. No. El problema es que a estas alturas de la vida, el daño es irremontable. En otras palabras, no sabría por dónde empezar, porque toda mi humanidad tiene potencial de mejora. Desde la nariz hacia abajo, ¡todo se cayó! Nunca imaginé que la gravedad podría dejar tal nivel de devastación en las partas más insólitas de mi cuerpo. Hasta el ombligo descendió un par de centímetros. Vestida no me veo tan mal, porque tengo la suerte de ser tocada con la varita mágica de la flacura. Pero al desnudo, frente a frente al espejo…. me dan ganas de llorar. Me imagino las portadas del National Geographic.

Haciendo un flashback a mi más tierna adolescencia, recuerdo que fue mi abuela materna, Celinda, quien le dijo a mi mamá: “tal vez la Minatita debería arreglarse un poco la nariz”. La observación familiar nunca cayó en la categoría de trauma, pero claramente el comentario quedó grabado a fuego en mi memoria. Fue la primera vez que tomé conciencia que mi nariz era un tanto grande e irregular.  
  
Desde aquel episodio han pasado varios años, y por suerte nadie más me ha insinuado que me tengo que operar. Incluso mi nariz es parte de mi atractivo, o es lo que algunos me han hecho creer. Sin embargo, ahora soy yo la que quiero internarme en el quirófano para hacerme un lifting en la zona pectoral.

Hace meses que le vengo dando vueltas, pero para mí no es una decisión fácil. La sola idea de tener dos bolsas de silicona incrustadas en las pechugas me deja sin dormir. A pesar de mis reparos intelectuales, me he puesto a investigar: Primero acompañé a una amiga, y después ella me acompañó a mí. Luego le pedí a otra que me presentara a su doctor, y me bajó una crisis de pánico que me hizo salir corriendo de la sala de espera. Ahora no sé cómo pedir una hora y no quedar como la paciente fugitiva.

Es sabido que todas las operaciones conllevan un riesgo y me liquida la psiquis pensar que algo pueda salir mal. ¡Sería el colmo de la mala cueva que por culpa de un par de implantes me diera un derrame o un paro cardíaco y muriera en la sala de operaciones. ¡Cómo le explicarían a mis hijas la causa de su orfandad! Y sin llevar la situación al extremo, sí me han reconocido que el post operatorio es sumamente doloroso. “Es como si te pasara un camión por encima”, me confesó la Paula aturdida con tanto analgésico.

Y mi marido qué opina de todo esto. En términos generales, la idea de tener una señora pechugona le resulta sumamente atractiva. En varias ocasiones me ha dicho: “una esposa sin tetas, más que señora, es un buen amigo”. Pero después se desinfla con los montos de la inversión. “Este año remodelamos la casa y el próximo te arreglamos a ti”, es su acotación súper poco divertida. De seguir así las cosas, voy a cumplir cuarenta y uno, y aún voy a seguir virgen de bisturí.  


Ilustración: Carolina Undurraga “Siquis”
Caroundurraga.blogspot.com