- ¿Qué te pasó? ¡Vienes como
alterada!- acotó la Maida mientras me sentaba a la mesa del restaurante.
- Es que dije puras wuevadas en la
radio y casi me echo a un ciclista.
- ¿Pero qué dijiste?- preguntó la
Peggy.
- Que Dios me había hecho atea, que
mi marido me exigía planilla Excel y que había decidido dejarme las canas.
- ¡Uy….! ¿y Julio te habrá
escuchado?-, se preocupó la Paula.
- No, por suerte está en el norte, sumergido
en una mina.
La Peggy se
quedó en silencio, tomó un sorbito de bebida y preguntó: “¿Y cuál sería el
volón con las canas? ¿Te fuiste en la onda ecológica? ¿Eso significa que ahora
te vas a dejar el ala peluda?”. “¡No!”, le repliqué levemente escandalizada.
“Seré canosa, pero no peluda”.
A medida que fue
avanzando el almuerzo, dejamos de hablar de mi situación capilar y pasamos a
los otros temas clásicos de rigor: cómo estaban los niños en el colegio, si alguien
tenía dato de nana y cómo estaban los respectivos maridos. “Julio anda medio
insoportable” dije yo cuando me tocó mi turno. “No sé si es la baja del precio
del cobre o el estrés de fin de año, pero anda muy irritable”.
Lo cierto es que
el origen de mi crisis matrimonial, era mucho más de fondo y a la vez
irracional: Todo lo malo que pasaba en
la vida de Julio, siempre era por mi culpa. El goteo en la llave del medidor de
agua, era por que yo no había llamado oportunamente a Aguas Cordillera; que las
niñitas no estuvieran listas para la clase de tenis, era porque yo me había
levantado tarde; que la casa se quedara sin Internet, era porque yo le había
pedido al maestro que picara justo por donde pasaba la fibra óptica. En
definitiva, había algún tipo de confabulación cósmica, que siempre me hacía a
mí quedar como la gran responsable de todas las desgracias del universo.
Entonces saltó
la Bárbara: “Yo tengo una amiga que me contó que solucionaba todos sus
problemas maritales con un toque de hierba, un buen revolcón y después de eso
andaban cero kilómetro”. “Ya Barbarita, genial, un millón de gracias”, le
respondí, “pero se te ocurre alguna otra solución un poco más acorde a mi
realidad”. Ahí intervino la Paula, desde la cordura y la sensatez: “Mira, yo
trataría con la fórmula clásica, acuesta a los niños, prepara algo rico, lo
recibes con una copita de vino y ahí ve cómo fluye la cosa”.
Después de
despedirme de mis amigas, y agradecerles por la asesoría sentimental, salí a
buscar taxi, porque Julio se había llevado mi auto a la faena. Sería una gran
ocasión para estrenar mi conjunto animal
print de Victoria Secret, planeé imaginándome como una tigresa arriba de la
cama. De bienvenida le voy a dar “trato pololo”, pensé recordando aquel aviso que
me hizo tanta gracia en la sección de clasificados del diario local de Iquique.
- Hola amorcito, ¿cómo te fue?-
pregunté mientras me saludaba con un desabrido beso en la mejilla.
- Bien, pero en el camino más o
menos.
- ¿!Qué pasó!?- exclamé, sospechando
que la cosa no venía bien.
- Me pararon lo pacos, y me sacaron
un parte, porque la revisión técnica de tu auto estaba vencida.
Listo, fregué. Hasta ahí llegó mi
fin de semana hot.
“¿Y cómo van tus canas?”, consultó
haciendo un esfuerzo titánico por sobreponerse a su rabia. “Ahí van, creciendo”,
respondí de inmediato. “A los hombres no les gusta mucho, incluso te diría que
les produce un poco de rechazo. Y las mujeres no pueden entender por qué me
quiero echar tantos años encima”. “Bueno”, dijo Julio con un tonillo lateado, “me
voy al club y a la vuelta conversamos”.
Cerré la puerta
de mi pieza, entré al baño y prendí la llave de agua caliente. “Se acabó; esto
es una mierda”, rumié furiosa mientras me metía a la tina hirviendo. “Ahora
resulta que soy yo la culpable del parte, y además lo voy a tener que soportar
con cara de culo todo el fin de semana”.
Después de una
hora en la tina, sin haber logrado destilar mi odio, entró Julio olímpico y me
saludó con un desconcertante: “Hola, ¿cómo está mi señora comunista?” Yo no
entendía nada ¿Qué parte fue la que me perdí? La última vez que estuve con él
me quería saltar al cuello, y ahora se hacía el simpático. “Estaba en el sauna
del club y habían dos viejos conversando…”, fue el comienzo de su relato.
“Resulta que uno de ellos había ido al funeral de un militante del Partido
Comunista y comentó que todas las mujeres se veían iguales: “andan de blue jeans, chaqueta de cuero y se dejan
las canas”…como tú”, se rió mientras yo lo seguía ignorando.
Igual el cuento
me pareció divertido, aunque no coincido mucho con la apreciación estética de
los socios. Cada vez que veo a la Camila Vallejos en el diario, encuentro que
está impecable, bien vestida y sus anteojos hipster
le quedan genial. Miré a mi marido de reojo y no pude dejar de enternecerme con
su intento por arreglar la situación. “Bueno Julio, tengo canas, pero no soy
comunista, así que no sé a qué partido político correspondería mi look. Lo que sí sé es que me gustaría tu
compañía aquí al lado mío”. A los tres segundos, Julio figuraba sumergido en la
tina ardiente. “Me encanta mi canosa ganosa”, fue el comienzo de un gran fin de
semana.
Ilustración: Carolina Undurraga
www.caroundurraga.blogspot.com