sábado, 6 de septiembre de 2014

Canosas Ganosas (Parte II)




- ¿Qué te pasó? ¡Vienes como alterada!- acotó la Maida mientras me sentaba a la mesa del restaurante.
- Es que dije puras wuevadas en la radio y casi me echo a un ciclista.
- ¿Pero qué dijiste?- preguntó la Peggy.
- Que Dios me había hecho atea, que mi marido me exigía planilla Excel y que había decidido dejarme las canas.
- ¡Uy….! ¿y Julio te habrá escuchado?-, se preocupó la Paula.
- No, por suerte está en el norte, sumergido en una mina.

La Peggy se quedó en silencio, tomó un sorbito de bebida y preguntó: “¿Y cuál sería el volón con las canas? ¿Te fuiste en la onda ecológica? ¿Eso significa que ahora te vas a dejar el ala peluda?”. “¡No!”, le repliqué levemente escandalizada. “Seré canosa, pero no peluda”.

A medida que fue avanzando el almuerzo, dejamos de hablar de mi situación capilar y pasamos a los otros temas clásicos de rigor: cómo estaban los niños en el colegio, si alguien tenía dato de nana y cómo estaban los respectivos maridos. “Julio anda medio insoportable” dije yo cuando me tocó mi turno. “No sé si es la baja del precio del cobre o el estrés de fin de año, pero anda muy irritable”.

Lo cierto es que el origen de mi crisis matrimonial, era mucho más de fondo y a la vez irracional:  Todo lo malo que pasaba en la vida de Julio, siempre era por mi culpa. El goteo en la llave del medidor de agua, era por que yo no había llamado oportunamente a Aguas Cordillera; que las niñitas no estuvieran listas para la clase de tenis, era porque yo me había levantado tarde; que la casa se quedara sin Internet, era porque yo le había pedido al maestro que picara justo por donde pasaba la fibra óptica. En definitiva, había algún tipo de confabulación cósmica, que siempre me hacía a mí quedar como la gran responsable de todas las desgracias del universo.

Entonces saltó la Bárbara: “Yo tengo una amiga que me contó que solucionaba todos sus problemas maritales con un toque de hierba, un buen revolcón y después de eso andaban cero kilómetro”. “Ya Barbarita, genial, un millón de gracias”, le respondí, “pero se te ocurre alguna otra solución un poco más acorde a mi realidad”. Ahí intervino la Paula, desde la cordura y la sensatez: “Mira, yo trataría con la fórmula clásica, acuesta a los niños, prepara algo rico, lo recibes con una copita de vino y ahí ve cómo fluye la cosa”.

Después de despedirme de mis amigas, y agradecerles por la asesoría sentimental, salí a buscar taxi, porque Julio se había llevado mi auto a la faena. Sería una gran ocasión para estrenar mi conjunto animal print de Victoria Secret, planeé imaginándome como una tigresa arriba de la cama. De bienvenida le voy a dar “trato pololo”, pensé recordando aquel aviso que me hizo tanta gracia en la sección de clasificados del diario local de Iquique.

- Hola amorcito, ¿cómo te fue?- pregunté mientras me saludaba con un desabrido beso en la mejilla.
- Bien, pero en el camino más o menos.
- ¿!Qué pasó!?- exclamé, sospechando que la cosa no venía bien.
- Me pararon lo pacos, y me sacaron un parte, porque la revisión técnica de tu auto estaba vencida.

Listo, fregué. Hasta ahí llegó mi fin de semana hot.

“¿Y cómo van tus canas?”, consultó haciendo un esfuerzo titánico por sobreponerse a su rabia. “Ahí van, creciendo”, respondí de inmediato. “A los hombres no les gusta mucho, incluso te diría que les produce un poco de rechazo. Y las mujeres no pueden entender por qué me quiero echar tantos años encima”. “Bueno”, dijo Julio con un tonillo lateado, “me voy al club y a la vuelta conversamos”.

Cerré la puerta de mi pieza, entré al baño y prendí la llave de agua caliente. “Se acabó; esto es una mierda”, rumié furiosa mientras me metía a la tina hirviendo. “Ahora resulta que soy yo la culpable del parte, y además lo voy a tener que soportar con cara de culo todo el fin de semana”.

Después de una hora en la tina, sin haber logrado destilar mi odio, entró Julio olímpico y me saludó con un desconcertante: “Hola, ¿cómo está mi señora comunista?” Yo no entendía nada ¿Qué parte fue la que me perdí? La última vez que estuve con él me quería saltar al cuello, y ahora se hacía el simpático. “Estaba en el sauna del club y habían dos viejos conversando…”, fue el comienzo de su relato. “Resulta que uno de ellos había ido al funeral de un militante del Partido Comunista y comentó que todas las mujeres se veían iguales: “andan de blue jeans, chaqueta de cuero y se dejan las canas”…como tú”, se rió mientras yo lo seguía ignorando.

Igual el cuento me pareció divertido, aunque no coincido mucho con la apreciación estética de los socios. Cada vez que veo a la Camila Vallejos en el diario, encuentro que está impecable, bien vestida y sus anteojos hipster le quedan genial. Miré a mi marido de reojo y no pude dejar de enternecerme con su intento por arreglar la situación. “Bueno Julio, tengo canas, pero no soy comunista, así que no sé a qué partido político correspondería mi look. Lo que sí sé es que me gustaría tu compañía aquí al lado mío”. A los tres segundos, Julio figuraba sumergido en la tina ardiente. “Me encanta mi canosa ganosa”, fue el comienzo de un gran fin de semana.


Ilustración: Carolina Undurraga
www.caroundurraga.blogspot.com


Canosas Furiosas (Parte I)



“Minata te falta un doctorado en sociología o un PhD en algo, pero como que a una maquilladora no le vienen las canas”, fue la respuesta de mi hermano cuando le comenté que quería dejármelas crecer. “¡¿Pero por qué no, si esa mujer se ve increíble?!”, le dije a Matías mostrándole a una guapísima señora de pelo blanco. “Minata, ella debe tener más de sesenta….”

Es verdad, yo tengo bastante menos que esa edad, pero también es cierto que nunca me ha acomodado la esclavitud del teñido. Me apesta tener que ir todos los meses a camuflarme esa desgraciada raíz blanca. Y no sólo porque el servicio es caro, sino porque además los productos me pican. Entonces resulta que paso todo el resto del mes rascándome la cabeza como si tuviera piojos, y al cabo de cuatro semanas, cuando pasó la picazón, tengo que volver a la peluquería a hacerme el retoque. Una verdadera lata.

A esto se le agrega otra variable, y estoy segura que aquí voy a interpretar a varias. ¿Por qué todo el mundo dice que los hombres se ven increíbles con las canas y a nosotras esa lógica no aplica de igual manera? ¿Por qué ellos se ven cada día más sexies y tincudos y nosotras nos sentimos tan miserables con nuestro glaseado natural. Alguna vez han escuchado a alguien decir: “¡Qué regia estás!, ¿te dejaste las canas...?”

Hace un par de semanas una amiga conductora me invitó a su programa de radio. Yo partí feliz, pero un poco intrigada sobre qué íbamos a hablar. “No te preocupes”, me dijo la Carola. “Este programa es súper relajado, hablamos de la vida, de ti, de actualidad”, detalló sin darle mucha importancia a mi nerviosismo.
No, ¡es que justamente ése era el problema! Cómo le hacía entender a la Carola que hace cinco años que no leía el diario, que con cueva alcanzaba a escuchar los titulares de las noticias y la profundidad de mi información era equivalente a los 140 caracteres de Twitter. “Voy a hacer el loco”, pensé mientras me ponía los audífonos en la cabeza. Y de pronto veo que la Carola se queda paralizada, mirándome fijamente, con los ojos clavados en mi cabeza.

- Minata, ¿qué onda las canas? ¡Por favor anda a teñirte el pelo!.
- No pienso, es definitivo, me las voy a dejar crecer… Es una declaración de principios.
- Yaaa… ¿y qué dice tu marido?
- Nada mucho. Como que no me pesca….

Después de hacer un pequeño gesto de desaprobación, levantó la mirada, miró el reloj de pared y dijo: “Uy faltan 5 minutos y esta mujer que aún no llega. Tal vez tengamos que hacer el programa solas”. Noooo, ahora sí que fregué. Me va a preguntar sobre la reforma tributaria o el conflicto en Medio Oriente. Estaba en un callejón sin salida. “Quedo como idiota o quedo como muda, pero de ésta no salgo bien parada”, fue mi fatal veredicto.

Y en estas reflexiones me encontraba, cuando de pronto entró Carolina de Moras, alias, “la diosa”: alta, flaca, de largo cabello dorado y unos tremendos ojazos verdes. Era perfecta, una criatura celestial, y yo una cuarentona en crisis con las canas al aire. Se sacó su trench dorado, se sentó frente al micrófono, saludó al sonidista y me presentó con una soltura como si hubiéramos sido amiguis de toda la vida.

- ¿Y de qué estaban hablando chiquillas?- preguntó.
- De las canas de la Minata- le respondió la Carola mientras yo seguía encandilada.

Después no me acuerdo muy bien cómo se fue dando la conversación. Lo único que recuerdo es que dije, en vivo y en directo, que estaba en un gran dilema existencial: “No sé si dejarme las canas o levantarme las pechugas”. Papelón.

Al salir de la radio me bajó un ataque de arrepentimiento, cosa que me pasa bastante seguido cuando sufro de incontinencia verbal. ¡Ahora me van a echar a las niñitas del colegio!”, pensé “¡y tanto que me costó meterlas!”. Debe haber sido tal mi angustia, que casi atropello a uno de esos ciclista furiosos, que odio con toda mi alma. “Idiota”, le grité histérica mientras sacaba la cabeza por la ventana. Miré por el espejo retrovisor, pero ya lo había perdido de vista. Lo que único que seguía frente a mis ojos eran mis impúdicas raíces blancas. “Soy una canosa furiosa”, pensé gratamente sorprendida con mi ocurrencia. “Tal vez podría liderar una nueva agrupación…”

To be continued...


Ilustración: Carolina Undurraga "Siquis"
Caroundurraga.blogspot.com