lunes, 1 de diciembre de 2014

La venganza de la Duquesa de Alba


“A los 88 años murió la Duquesa de Alba, popular aristócrata española”, se leía en Twitter ese jueves 20 de noviembre. “La prensa rosa ya no será lo mismo sin ella”, pensé. Con todo el respeto que me merece la ilustre difunta, ¡pucha que era fea la señora! Ni toda la plata del mundo logró que una de las mujeres más ricas de España recuperara la belleza de su juventud. Lo que sí mantenía intacto era su espíritu alegre y gozador. “Nunca es tarde para ser feliz”, dijo poco antes de casarse con su tercer marido Alfonso Diez, 25 años menor que ella.

En una de las tantas fotos, aparecía la octogenaria duquesa en bikini tomada del brazo de su galante esposo. “¡Qué horror acostarse con un adefesio así!”, pensé. En ese momento entró Julio a la cocina. “Se murió la Duquesa de Alba”, comenté. “No creo que al viudo le dure mucho la pena”, agregué burlona.
- ¿Pero cuál es el problema?- acotó Julio - ¡Está perfecto! Cuántas mujeres andan con viejos decrépitos, esperando que se mueran para quedarse con toda su fortuna. ¡Alguna vez que nos toque a nosotros!

Me dejó callada ¿Qué le iba a responder? ¡Tenía toda la razón! Entonces miré el reloj de la pared y calculé que apenas tenía 20 minutos para llegar al barrio El Golf. Le di un beso, pesqué mi cartera y salí corriendo rumbo al Starbucks. Durante todo el trayecto no pude dejar de pensar en cómo sería el sexo en la vejez. Lo cierto es que había una variable estética que me producía arcadas de solo imaginarme la situación. Y aunque no soy una consumidora de cine XXX, nunca he visto una película porno donde el elenco esté compuesto por puros abuelitos. “¿Pero cómo puedo ser tan prejuiciosa?”, me reproché. ¡Quién me hizo pensar que el sexo era monopolio absoluto de los jóvenes y bellos! Además, seamos realistas, con la cantidad de años que estamos condenados a vivir, vamos a tener que echar mano a cuanto artilugio esté a nuestro alcance. Viagra, implantes, disfraces, esposas, rejuvenecimiento vaginal, va a ser parte de la artillería básica para que no nos cambien otro/otra.

Abrí jadeante la mampara de vidrio y comprobé que aún no había llegado mi amiga. Quince minutos después, cuando ya me había tomado la mitad de mi Caramel Macchiato, entró la Jose.
-¡Perdón por la demora!- se disculpó nerviosa.
-No te preocupes, ya me acostumbré.
- No, por favor no me tortures. Ya he tenido suficiente…

Resulta que ese fin de semana había llegado su suegro de visita a Santiago, y para celebrarle el cumpleaños, la Jose se había inmolado ofreciendo su casa para el asado familiar. Ya me había comentado que no tenía muy buen onda con el padre de su marido. “¡Es un viejo asqueroso!”, dijo revolviendo con furia su Latte alto descremado. “Habíamos terminado de cantarle feliz cumpleaños, cuando los niños le preguntan: ´¿cuántos años cumplió Tata?’ y el viejo libidinoso contesta ‘unos años muy picarones ‘. Entonces le vuelven a insistir, y responde 69 muerto de la risa”.

Reconozco que empaticé de inmediato con la Jose. Tal vez sea un rasgo atávico producto de mi educación cartuchona, pero nunca me acomodó que mis padres me hablaran de sexo y mucho menos que hicieran chistes de doble sentido. “Bueno, olvídate y no le des más vueltas al asunto”, le dije a modo de consuelo. “Agradece que ya se fue, y si quieres vente a comer hoy a mi casa”.

Esa noche la muerte de la Duquesa de Alba se perfilaba como el trending topic de la velada. “¿Y de qué se murió la señora?, preguntó la Pili. “De tanta cirugía que se hizo en la cara” respondió Pancho. Entonces Alfredo, en un intento fallido por elevar el nivel de la conversación acotó: “Sabían que la Duquesa de Alba tenía tantos títulos nobiliarios que no tenía la obligación de hacer una genuflexión ante el Papa”.
- Igual no podría haberlo hecho- intervino nuevamente Pancho –Tenía la piel tan estirada que no le daba para arrodillarse- remató mientras el resto estallaba en carcajadas.

En medio de tanta algarabía, saltó una copa de vino tinto, y aproveché el incidente para arrancarme un segundito al baño. En esos menesteres sanitarios me encontraba, cuando de pronto veo -para mi horror y espanto- como entremedio de la zona baja se erguía desafiante un pelo blanco. No, no puede ser ¡una cana en mi otra cabellera! Desesperada, abrí el cajón del mueble, empuñé la pinza mortal, y sin vacilar extirpé de raíz esa deshonrosa vellosidad alba. “Esto me pasa por reírme de la difunta Cayetana”, me lamenté al salir del baño.
- ¿Estás bien? ¿Por qué te demoraste tanto?”- me preguntó Julio al sentarme nuevamente a la mesa.
- Es que estoy sufriendo la venganza de la Duquesa de Alba- le comenté riendo. - Más rato te explico por qué-.


Ilustración: Carolina Undurraga