Hay que reconocerme un mérito: para los tiempos que
corren, llegar a los cuarenta virgen de bisturí, es toda una proeza. ¡Ni botox
me he puesto en la cara! En todo caso, no tengo nada en contra de la cirugía
estética. Soy full partidaria que uno debe hacer todo lo posible por
verse bien y sentirse a gusto con uno mismo.
Ahora,
la razón por la cual nunca me he operado, no es porque me considere
perfecta, o no tenga nada que mejorar. No. El problema es que a estas alturas
de la vida, el daño es irremontable. En otras palabras, no sabría por dónde
empezar, porque toda mi humanidad tiene potencial de mejora. Desde la nariz
hacia abajo, ¡todo se cayó! Nunca imaginé que la gravedad podría dejar tal
nivel de devastación en las partas más insólitas de mi cuerpo. Hasta el ombligo
descendió un par de centímetros. Vestida no me veo tan mal, porque tengo la
suerte de ser tocada con la varita mágica de la flacura. Pero al
desnudo, frente a frente al espejo…. me dan ganas de llorar. Me imagino
las portadas del National Geographic.
Haciendo
un flashback a mi más tierna adolescencia, recuerdo que fue mi abuela materna, Celinda,
quien le dijo a mi mamá: “tal vez la Minatita debería arreglarse un poco la
nariz”. La observación familiar nunca cayó en la categoría de trauma, pero
claramente el comentario quedó grabado a fuego en mi memoria. Fue la primera
vez que tomé conciencia que mi nariz era un tanto grande e irregular.
Desde
aquel episodio han pasado varios años, y por suerte nadie más me ha insinuado
que me tengo que operar. Incluso mi nariz es parte de mi atractivo, o es lo que
algunos me han hecho creer. Sin embargo, ahora soy yo la que quiero internarme
en el quirófano para hacerme un lifting en la zona pectoral.
Hace
meses que le vengo dando vueltas, pero para mí no es una decisión fácil. La
sola idea de tener dos bolsas de silicona incrustadas en las pechugas me deja
sin dormir. A pesar de mis reparos intelectuales, me he puesto a investigar:
Primero acompañé a una amiga, y después ella me acompañó a mí. Luego le pedí a
otra que me presentara a su doctor, y me bajó una crisis de pánico que me hizo
salir corriendo de la sala de espera. Ahora no sé cómo pedir una hora y no
quedar como la paciente fugitiva.
Es
sabido que todas las operaciones conllevan un riesgo y me liquida la psiquis
pensar que algo pueda salir mal. ¡Sería el colmo de la mala cueva que por culpa
de un par de implantes me diera un derrame o un paro cardíaco y muriera en la
sala de operaciones. ¡Cómo le explicarían a mis hijas la causa de su orfandad!
Y sin llevar la situación al extremo, sí me han reconocido que el post
operatorio es sumamente doloroso. “Es como si te pasara un camión por encima”,
me confesó la Paula aturdida con tanto analgésico.
Y
mi marido qué opina de todo esto. En términos generales, la idea de tener una señora
pechugona le resulta sumamente atractiva. En varias ocasiones me ha dicho: “una
esposa sin tetas, más que señora, es un buen amigo”. Pero después se desinfla
con los montos de la inversión. “Este año remodelamos la casa y el próximo te
arreglamos a ti”, es su acotación súper poco divertida. De seguir así las
cosas, voy a cumplir cuarenta y uno, y aún voy a seguir virgen de bisturí.
Ilustración: Carolina Undurraga “Siquis”
Caroundurraga.blogspot.com
1 comentario:
Yo te doy la anestesia!!! Lo digo para abaratar costos...
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