sábado, 8 de noviembre de 2014

Goodbye free style


“Mamá, ¿por qué dices que eres una canosa furiosa si apareces sonriendo arriba de un árbol?”, me preguntó la Margarita de 7 años, mientras analizaba mi foto en la Revista Hola. “Ay, mi amor, no me haga preguntas difíciles”, le respondí nerviosa encandilada con mis canas que brillaban en el papel couché. En la mismísima publicación, aparecía unas cuantas hojas más allá, la inmortal y siempre bella Isabel Preysler. “Por suerte a esta socialité no le llega la versión chilena”, pensé aliviada. Se habría descompuesto al ver que a su lado aparecía una famosilla wanna be con la camisa arrugada y las mechas despeinadas.

Agarré la revista, la enrollé en un tubito y la escondí en un rincón de mi clóset. “¡Para qué hago esto si no tengo pasta de celebrity!”, me reproché. Prendí el agua caliente para meterme en la ducha. A la 9.30 hrs. había quedado de juntarme con mis amigas cesantes para tomarnos un café. No había alcanzado a meter el dedo gordo debajo del chorro, cuando sonó el teléfono.
- Hola Minatita, me encantó su entrevista y sale muy bien.
- Gracias mamá.
- Eso sí, podría haberse arreglado un poquito más. Le faltó pasarse una peinetita…
¿Qué onda?”, pensé. Entonces me acordé de la Ignacia y el bullying que le hacía su mamá (Síndrome orangután). Mantengamos las proporciones. Es cierto que no me estaban comparando con un mono, pero reconozco que me importó no tener su bendición estética. ¡Y tal vez tenía razón! Puede ser que me haya extralimitado en mi esfuerzo por verme natural. Es que era demasiado terrorífico imaginarme tendida en un chaise longue, con un vaporoso vestido rojo, y rodeada de mis hijas con cintitas blancas en la cabeza.

- Bueno mamá te corto, porque me voy metiendo a la ducha.

Pesqué el shampoo que estaba justo en el borde de la tina: Especial para el control de canas. “¡La cagó el personaje incongruente!”, pensé. Resulta que me he convertido en la activista oficial de las canas, pero tras bambalinas lo primero que hago es echar mano a cuanto producto utópico venden en el mercado para evitar el pelo blanco. Salí corriendo del agua, me vestí de una carrera y pesqué las llaves que estaban encima de la bandejita de plaqué. Maniobra uno, maniobra dos, maniobra tres, maniobra cuatro. “¿¡Quién mierda me mandó a tener un opus móvil de tres corridas!?”, protesté furiosa. Y pensar que yo siempre me imaginé en un descapotable y de pelo al viento.

- ¡Hola Rock Star!- me dijo la Ignacia, mostrándome la revista mientras me sentaba a la mesa.
- Por favor cierra eso ¡Se me notan heavy las canas!- dije con desagrado.
- Bueno, ¿y qué pretendías?- acotó la Zeta.
- No sé, estoy pasando por un momento de debilidad.
- Qué, ¿acaso te vas a teñir?- preguntó.
-Ni una posibilidad- intervino la Ignacia. –Tienes que seguir con tu cruzada. Además, lo has proclamado a los cuatro vientos. Lo único que te falta es transmitirlo por cadena nacional-.

Después de tomarnos varios cafés, me subí arriba del auto y no pude evitar la tentación de mirarme en el espejo retrovisor. Ahí, luciéndose impunes, estaban mis canas blancas entremezcladas con un castaño oscuro y rematado por un colorín oxidado tipo free style. “¡Qué cosa más horrible”, pensé mientras me movía el pelo de un lado para otro. Esta situación se me estaba haciendo insostenible: Por una parte, quería romper con esta convención estética, y demostrar que podía verme bien con mis canas; pero por otro lado, no lograba sentirme a gusto conmigo misma. Desesperada, metí la mano en la cartera, saqué el celular y escribí en el whatsapp. “Ya Marcelo, estoy lista para hacerlo”.

Al día siguiente figuraba sentada puntualísima en la peluquería. Al lado mío, y casi de la manito, mi amiga y asesora de imagen, Paula Salinas; detrás mío mi compadre y peluquero, Marcelo Pineda, y frente a mis ojos unas mechas oxidadas prontas a partir. Había algo catártico en esta ceremonia del adiós. Deshacerme de ese pelo, era liberarme de algo que me tenía incomoda, y al mismo tiempo, un punto de partida para encarar una nueva etapa.

Después de varios tijeretazos, mi corte de pelo ya estaba tomando forma. Una señora mayor, que estaba sentada al lado mío, no aguantó más y comentó:
- Se ve regia mijita y mucho más joven.
- Gracias- respondí educada.
- Representa unos treinta.
- La verdad es que tengo 40, pero por suerte no tengo rollo con mi edad.
Mi amigo Marcelo, que estaba concentradísimo en uno de mis mechones, estalló en carcajadas.
- ¡Pero qué mentira!- dijo descontrolado de la risa.
- Bueno, no es una edad fácil- intervino la señora, tratando de evitar una situación incómoda. - A los 40 uno es muy joven para ser viejo; pero también se es muy viejo para ser joven- precisó .

La frase me quedó dando vueltas todo el trayecto de regreso a mi casa. Igual tenía bastante de cierto. Al abrir la puerta del auto, la Margarita vino corriendo a saludarme. Su cara de impacto era indisimulable. “Mamá, ¿ya no vas a ser más una canosa furiosa?”, me preguntó, abriendo sus ojitos. “No Margarita, a partir de hoy voy a ser una canosa feliz” y la abracé con fuerza. 

Ilustración Carolina Undurraga
Carolinaundurraga.blogspot.com



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