Después de muchas y muchas tardes sentada al lado
de profesores, llegué a la conclusión de que mis clases particulares eran una pérdida
de plata y tiempo. No sé en que lóbulo estaría alojado ese talento, pero claramente
había nacido sin esa parte del cerebro. Lo único bueno de ser tan mala para
algo, es que te ayuda a elegir sin mucho conflicto tu futuro profesional. No
tengo recuerdo de haber tenido grandes disquisiciones vocacionales, porque lo único
que hacía relativamente bien era escribir y memorizar. Y así fue como
periodismo cayó por su propio peso.
Me imagino que mi instinto de supervivencia fue lo
que operó cuando elegí un marido ingeniero ¡Es que todas las dificultades prácticas
de la vida se solucionan tanto mejor en una cabeza estructurada! Esto no quiere
decir que me haya casado por interés, porque entre los dos hubo una atracción genuina
y espontánea. Pero indudablemente que su capacidad matemática fue un rasgo que
me resultó muy atractivo.
Ahora, yo soy una convencida que uno tiene los
defectos de sus virtudes, y por lo mismo en el departamento del romanticismo y
la creatividad, dejaba bastante que desear. En el fragor de la conquista, su primer
gran piropo fue: “tú estás dentro del 5 por ciento de mujeres más bonitas que
conozco”. Pedirle mejores declaraciones de amor, era como pedirle peras al
olmo.
Ya una vez casada, la verdadera prueba de amor se
planteó cuando me pidió que hiciera una planilla Excel para entender los gastos
de la casa. ¡No lo podía creer! Cuántas veces me había escuchado decir que los números
no eran lo mío. Pasaron varias semanas de recriminaciones y peleas. “Yo también
trabajo, así que no tengo por qué estar rindiéndole cuentas a nadie”, era mi argumento
de cabecera.
El asunto plata, pasó a ser un tema muy desagradable
en mi matrimonio. Cuando la discusión se acaloraba más de la cuenta,
inevitablemente terminábamos criticando a nuestras respectivas familias: “Es
que tu papá siempre fue…” o “tu mamá
siempre ha sido …”. De ahí en adelante todo se iba cuesta abajo.
Hoy, varios años después, me declaro una adicta a
la planilla Excel. No recuerdo bien qué fue lo que me impulsó a dar el paso,
pero finalmente enfrenté mis traumas históricos. Reconozco que no sé hacer
operaciones muy sofisticadas, pero me produce una gran contención sicológica
ingresar semanalmente mis gastos en la tabla. Consecuencia de este nuevo
hábito, mi cartera se convirtió en un depósito de boletas que colecciono en
forma patológica. Ahora, cada vez que mi marido me pregunta “¿en qué se usó la
plata?”, sin lidiar palabra de por medio, le mando la planilla vía mail.
Para ser honesta, no creo que hayamos ahorrado
mucho con este registro de gastos. Pero sí tengo la certeza que ha servido para
sintonizarnos en ésta área donde nos cuesta tanto comunicarnos. ¡Qué paradójica
es la vida! Nunca imaginé que la planilla Excel sería mi verdadera prueba de
amor.
2 comentarios:
Coincidimos plenamente!!! Excell colabora con mis problemas matematicos. Y mas aun, con la economia del hogar
Q fuerte! Nunca le he rendido ni me han rendido cuentas. Tal vez por eso vivo al dos y al tres.
Publicar un comentario