viernes, 4 de julio de 2014

La prueba de amor

 En el colegio me iba pésimo en matemáticas. Lo más cercano que tuve a una crisis de pánico fue cuando la miss Gladys me hizo pasar al pizarrón para que intentara resolver un ejercicio de geometría. “C’est votre problem”, era la respuesta que me daba en un desafortunado francés cuando hacía un esfuerzo sobrehumano por entender.

Después de muchas y muchas tardes sentada al lado de profesores, llegué a la conclusión de que mis clases particulares eran una pérdida de plata y tiempo. No sé en que lóbulo estaría alojado ese talento, pero claramente había nacido sin esa parte del cerebro. Lo único bueno de ser tan mala para algo, es que te ayuda a elegir sin mucho conflicto tu futuro profesional. No tengo recuerdo de haber tenido grandes disquisiciones vocacionales, porque lo único que hacía relativamente bien era escribir y memorizar. Y así fue como periodismo cayó por su propio peso.

Me imagino que mi instinto de supervivencia fue lo que operó cuando elegí un marido ingeniero ¡Es que todas las dificultades prácticas de la vida se solucionan tanto mejor en una cabeza estructurada! Esto no quiere decir que me haya casado por interés, porque entre los dos hubo una atracción genuina y espontánea. Pero indudablemente que su capacidad matemática fue un rasgo que me resultó muy atractivo.

Ahora, yo soy una convencida que uno tiene los defectos de sus virtudes, y por lo mismo en el departamento del romanticismo y la creatividad, dejaba bastante que desear. En el fragor de la conquista, su primer gran piropo fue: “tú estás dentro del 5 por ciento de mujeres más bonitas que conozco”. Pedirle mejores declaraciones de amor, era como pedirle peras al olmo.

Ya una vez casada, la verdadera prueba de amor se planteó cuando me pidió que hiciera una planilla Excel para entender los gastos de la casa. ¡No lo podía creer! Cuántas veces me había escuchado decir que los números no eran lo mío. Pasaron varias semanas de recriminaciones y peleas. “Yo también trabajo, así que no tengo por qué estar rindiéndole cuentas a nadie”, era mi argumento de cabecera.

El asunto plata, pasó a ser un tema muy desagradable en mi matrimonio. Cuando la discusión se acaloraba más de la cuenta, inevitablemente terminábamos criticando a nuestras respectivas familias: “Es que tu papá siempre fue…” o  “tu mamá siempre ha sido …”. De ahí en adelante todo se iba cuesta abajo.

Hoy, varios años después, me declaro una adicta a la planilla Excel. No recuerdo bien qué fue lo que me impulsó a dar el paso, pero finalmente enfrenté mis traumas históricos. Reconozco que no sé hacer operaciones muy sofisticadas, pero me produce una gran contención sicológica ingresar semanalmente mis gastos en la tabla. Consecuencia de este nuevo hábito, mi cartera se convirtió en un depósito de boletas que colecciono en forma patológica. Ahora, cada vez que mi marido me pregunta “¿en qué se usó la plata?”, sin lidiar palabra de por medio, le mando la planilla vía mail.

Para ser honesta, no creo que hayamos ahorrado mucho con este registro de gastos. Pero sí tengo la certeza que ha servido para sintonizarnos en ésta área donde nos cuesta tanto comunicarnos. ¡Qué paradójica es la vida! Nunca imaginé que la planilla Excel sería mi verdadera prueba de amor.






2 comentarios:

Anónimo dijo...

Coincidimos plenamente!!! Excell colabora con mis problemas matematicos. Y mas aun, con la economia del hogar

Anónimo dijo...

Q fuerte! Nunca le he rendido ni me han rendido cuentas. Tal vez por eso vivo al dos y al tres.