lunes, 7 de julio de 2014

La suerte de ser argentino


“Somos muy quemados”, y no lo digo yo, lo dijo Aldo Schiappacasse en la televisión desde Brasil. “Seguro que para Rusia 2018 nos toca la sede de Siberia”, remató, lamentando nuestra mala suerte.

Ha pasado más de una semana desde aquel traumático partido. “Estuvimos tan cerca” era el lamento que se repetía una y otra vez. Y aunque no soy ni remotamente futbolera, nuestro equipo merecía ganar ¡Qué manera de dejar la vida en la cancha! Fuimos varios chilenos los que lloramos sin consuelo junto al Pitbull.

¡Qué bien nos habría venido a todos un rayito de alegría en este azotado país! Terremoto en el norte, incendio en Valparaíso, alzas de impuestos y bajas temperaturas. Es cierto que habrían quemado todas las micros y saqueado todos los locales comerciales, pero sería casi justificable. Convengamos, ganarle a la verde amarela habría sido un hito histórico que nos despojaría para siempre de ese complejo de losers.

Sin embargo, por esas cosas de la vida, en mi casa el Mundial sigue a full. Mi marido argentino está en llamas desde el sábado. De hecho, después de ese mezquino triunfo ante Bélgica, se lanzó en picada sobre el computador en busca de algún pasaje hacia la final. “Si lo difícil no es llegar; es la entrada”, me aclaró después que ingenuamente le pregunté si me podía llevar.

¡Qué cueva que tienen estos argentinos!, pensé mientras seguía masticando mi rabia.

Es cierto que hace varios años Argentina está mal, de capa caída, y no necesito ser cientista político para decirlo con total propiedad. Buenos Aires me produce nostalgia ¡Cuánto extraño la época de pizza y champaña de Menem! La ciudad está sucia, las veredas llenas de caca de perro y la Casa Rosada habitada por una señora que hace rato dejó de tomar sus pastillas. Los escándalos de corrupción son tantos y tan variados, que es imposible seguirles la pista. Hasta el aspiracional jet set argentino, de vacaciones en Punta del Este, se ha vuelto alcanzable para algunos compatriotas. Tenemos a varios de nuestros mejores ejemplares masculinos, rompiendo corazones por allá. Quién lo hubiera pensado; Chile país exportador de galanes.

Pero incluso en medio de su propia decadencia, y sus tangos políticos, los argentinos tienen suerte. Es la desgracia de los afortunados me imagino yo. Cómo puede ser que un país tenga en forma simultánea una reina en Holanda, un Papa en el Vaticano y al mejor futbolista del mundo en su selección. Máxima Zorreguieta conoció a su príncipe holandés en Nueva York, se casaron, tuvieron tres hijas y hoy sus súbditos la adoran. Tiene el glamour, el encanto y la prestancia de la más noble de todas las reinas europeas. De hecho, se ve mucho más contenta que la pobre Leticia, que de sólo mirarla, produce angustia. Y Francisco I, más que Papa, es un rock star. Para muchos su nombramiento fue la mejor movida que ha hecho el Vaticano en varios años. Incluso, algunas ovejas descarriadas han vuelto al redil religioso gracias al estilo cercano y sencillo de este jesuita. Y Argentina también tiene a Messi. Un concentrado de talento deportivo, en un tipo de muy bajo perfil, que sólo le falta salir campeón para estar a la altura de los inmortales.

Ese tipo de cosas, a nosotros no nos pasan. A los chilenos nos llueve sobre mojado. Si ocurre algo malo, después le sigue algo peor. Ejemplo: aunque nos estemos muriendo intoxicados producto de la contaminación, es políticamente incorrecto alegrarse con la lluvia, porque si cae mucha agua lo más probable es que nos inundemos o caiga un alud en algún sector de la capital. Un clásico nacional. Y en el plano futbolístico, en este Mundial nos tocó jugar con el grupo de la muerte ¡Parece como si la mano negra de la FIFA hubiera escogido con pinza a nuestros rivales!

Ayer, después de escuchar a un desinflado Schiappacasse, le dije a mi marido: “reconoce que han tenido suerte”. Craso error. Le toqué la fibra chovinista. Empezó a recitarme una larga lista de méritos deportivos en Brasil 2014: que les había tocado jugar con varios cabeza de serie; que en ningún partido habían llegado a penales y bla, bla, bla. Ante tal nivel de pasión, me pareció que lo más prudente sería sacar mi banderita blanca y retirarme a mis cuarteles. Pero el susodicho, no conforme con mi derrota, empezó a cantarme al más puro estilo de hinchada argentina: “Brasiiiiilllll decime que se siente….. tener en casa a tu papá”. Mientras hacía un gran esfuerzo por hacerme la superada, pensé: “Ojalá que nunca nos toque jugar con Argentina; dudo que mi matrimonio sea capaz de resistir un Mundial así”.



3 comentarios:

miga dijo...

Como debe haber sufrido en la final

Anónimo dijo...

Buenisimo!!!! 👏👏👏

Anónimo dijo...

Lo leo tarde. A des-tiempo... pero esta muy bueno. Yo tb extraño ese Bs As.