No habíamos alcanzado a volver a nuestras casas cuando ya había aparecido el whatsapp Miami 2014. El primer gran tema de debate fue cómo financiaríamos esta aventura. Algunas ofrecieron vender dos hijos por el precio de uno, y otras intentaron promocionar sus servicios de escort. Hay que ser honestas, “la compañía” de una cuarentona no es tan cotizada en el mercado del placer. En fin...¡todo medio era válido con tal de obtener un asiento reservado en ese vuelo hacia la felicidad!
A la semana
siguiente, oficialmente ya habíamos caído en un estado de psicosis colectiva y
el estrés de fin de año sólo contribuyó a agravar la situación. Tener el
pasaje comprado era la sensación más parecida a tener un salvavidas en medio
del naufragio del Titanic ¡Era imposible dejar pasar un viaje así! Los costos
sociales y emocionales de no embarcarse eran altísimos. Nunca más tendríamos un
almuerzo o una comida sin que se comentaran las anécdotas de Miami. ¡Era el
ostracismo social for ever!
Ese memorable 24 de marzo, fecha de nuestra partida, me interné en la peluquería a hacerme cuanto servicio existía en la industria de la cosmética. ¡No tengo recuerdos ni que para mi matrimonio me haya hecho tanta cosa! En medio de los preparativos finales, a nuestra amiga doctora se le ocurrió mandar un link con una noticia catastrófica que informaba sobre la reaparición del mortal virus Ébola en África. Para evitar el posible contagio, nos recomendaba el uso de mascarillas en los aeropuertos y especialmente en Miami por el alto tráfico de pasajeros internacionales. “No, ¡me niego!”, comentó una en el chat. “Prefiero morir de Ébola antes que andar circulando por el mundo con una mascarilla”, sentenció.
Este episodio sanitario dio inicio a las risotadas que sólo fueron en aumento cuando nos pidieron la tarjeta Presto para entrar a un exclusivo salón VIP que no tenía ni galletas ni café. Casi a combos tuvimos que agarrarnos para obtener una copita de vino blanco.
Pasadas las
carcajadas, las 8 horas de vuelo y las trabas burocráticas de la policía
norteamericana, pudimos entrar a Miami. Desde ese momento en adelante empezamos
a gozar, y no porque la ciudad fuera particularmente bonita, sino por el simple
hecho que todo lo hacíamos a velocidad de mujer. ¡Qué felicidad que ningún
hombre o niño nos apurara para que saliéramos corriendo a hacer algún panorama!
Varias se quedaron todo el día en pijama conversando, las más azotadas cruzaron
la calle para echarse en la playa y otro grupito se fue al supermercado a
comprar provisiones para nuestro refrigerador.
Todo era bastante
relajado. Nuestros días se trenzaban con deporte en la mañana, consumo en la
tarde y restaurante en la noche. Nunca hubo un panorama exótico como amanecer
bailando en una disco gay de Miami Beach. Pero lo cierto, es que con eso
fuimos felices. Y en aras de la verdad, no es que la convivencia haya estado
exenta de conflicto, porque también hubo momentos difíciles. Mal que mal, no
era fácil poner de acuerdo a quince yeguas de vacaciones en
Florida. “Ya, entonces, ¿¡nos vamos a las 10.00 am o a las 10.30 am!?”, era la
pregunta para terminar con la larga discusión sobre la hora de partida al mall.
Compras más o compras
menos, lo valioso de esta experiencia fue reencontrarnos en calidad
de mujeres adultas. “Parece que nos
hemos agravado con el tiempo”, fue el diagnóstico generalizado. La que siempre
fue más deslenguada, hoy cuenta sus intimidades sin ningún pudor ni filtro; la
que se caracterizó por ser más sensible, hoy circula por la vida con un
pastillero repleto de antidepresivos y la que
siempre tuvo la habilidad de conseguir nuestras confesiones más oscuras, hoy
se ríe desilusionada porque descubrimos su modus operandi.
Agravadas y todo, fue exquisito
disfrutar de los largos desayunos recordando nuestras pernísimas anécdotas escolares. También gozamos asoleándonos bajo el cálido sol de Miami y tomando
champaña tibia en botellas de agua mineral. ¡Cómo habrá sido el relajo que no
tuvimos vergüenza de cantar a viva voz la canción más espantosa de todos los
tiempos inventada por nosotras en el viaje de estudio!
La llegada a Santiago fue nefasta. Como siempre
no pude dormir en el avión, mi casa estaba fría y el maestro no había terminado
de arreglar los baños. Concluí que la mejor manera de sacarme la mala onda era
meterme en una ducha caliente y luego sumergirme en mi cama. No lograba conciliar
el sueño y de pronto me acordé que habíamos definido el destino para el próximo
viaje. Entonces empecé a fantasear con el sur, y me imaginé frente a una gran
chimenea, con una vista espectacular hacia el lago, mis amigas riéndose y yo
con una copa de vino tinto en la mano. “Cuando despierte me voy a meter a
buscar pasajes” pensé, y después de eso me dormí profundamente.
1 comentario:
No hice un viaje así pero me imagino que me pasaría lo mismo!!!! Igual una envidia el paseo...
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